| Capítulos:I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX, XXI, XXII, XXIII, XXIV, XXV, XXVI, XXVII, XXVIII, XXIX, XXX, XXXI, XXXII, XXXIII, XXXIV |
A la santa memoria de mi hijo Juan Manuel
Hacia el último tercio del borrador de este libro, hay una cruz y unafecha entre dos palabras de una cuartilla. Para la ordinaria curiosidadde los hombres, no tendrían aquellos rojos signos gran importancia; y,sin embargo, Dios y yo sabemos que en el mezquino espacio que llenan,cabe el abismo que separa mi presente de mi pasado; Dios sabe también acosta de qué esfuerzos de voluntad se salvaron sus orillas para buscaren las serenas y apacibles regiones del arte, un refugio más contra lastempestades del espíritu acongojado; por qué de qué modo se ha terminadoeste libro que, quizás, no debió de pasar de aquella triste fecha ni deaquella roja cruz; por qué, en fin, y para qué declaro yo estas cosasdesde aquí a esa corta, pero noble, falange de cariñosos lectores que meha acompañado fiel en mi pobre labor de tantos años, mientras voysubiendo la agria pendiente de mi Calvario y diciéndome, con el poetasublime de los grandes infortunios de la vida, cada vez que vacila mipaso o los alientos me faltan:
«Dominus dedit; Dominus abstulit.
Sicut Domino placuit, ita factum est».
J. M. De Pereda
Diciembre de 1894.
Las razones en que mi tío fundaba la tenacidad de su empeño eran muyjuiciosas, y me las iba enviando por el correo, escritas con mano torpe,pluma de ave, tinta rancia, letras gordas y anticuada ortografía, enpapel de barbas comprado en el estanquillo del lugar. Yo no las echabaen saco roto precisamente; pero el caso, para mí, era de meditarse muchoy, por eso, entre alegar él y meditar y responderle yo, se fue pasandouna buena temporada.
La primera carta en que trató del asunto fue la más extensa de las ochoo diez de la seri