BIBLIOTECA de LA NACIÓN


H. CONSCIENCE

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LA NIÑA ROBADA

medallion

BUENOS AIRES

1919

Derechos reservados.

Imp. de La Nación.—Buenos Aires


LA NIÑA ROBADA

Capítulos: I, II, III, IV, V, VI, VII

I

La mañana era hermosa; el cielo estaba claro y profundo como un marazul; el sol desprendía del follaje de las encinas un perfume penetranteque dilataba los pulmones y daba bienestar al corazón.

Catalina salió de su choza y se adelantó hasta la orilla del bosque, porun sendero que, dando varios circuitos, conducía a la calzada de laaldea de Orsdael.

Aunque caminase muy ligero, iba mirando al suelo como una persona cuyoespíritu está oprimido por el peso de alguna inquietud. Y hasta decuando en cuando meneaba la cabeza, volviendo los ojos hacia elcastillo, con expresión de tristeza. Pensaba, sin duda, en la suerte deMarta Sweerts, en las sangrientas afrentas que tenía que sufrir todoslos días, en la inutilidad de los esfuerzos para descubrir elimpenetrable secreto.

Cuando llegó a la carretera, advirtió al intendente que iba unos cienpasos delante de ella. Esto la alegró porque no había visto a Martadesde hacía una semana. Esperaba que si podía entrar en conversación conMathys, sabría noticias de su amiga, y quizá esta ocasión le permitiríadecirle algunas palabras en su favor.

Apresuró el paso hasta que alcanzó al intendente. Cuando estuvo a sulado le dijo en tono cortés, casi acariciador:

—Buen día, señor Mathys. ¡Qué cielo tan claro! ¡Qué aire tan puro!Parece que uno se sintiera rejuvenecido, ¿verdad?

—Sí, hace buen tiempo... Buenos días—murmuró Mathys sin mirar a lacampesina.

Dicho esto, acortó el paso como si quisiera quedarse más atrás.

—Perdone, señor intendente, que me atreva a hacerle una pregunta: mirespeto, mi afecto por usted son mi disculpa. Parecéis estar enfermo,pero confío que no será nada.

—No estoy enfermo—respondió Mathys refunfuñando.

—¿Quizá tendréis un disgusto o habréis sido también objeto de unainjusticia?

—Sí, he tenido un disgusto y estoy incomodado. Vos, Catalina, habéiscontribuído a ello más que nadie; pero quiero creer que vos, lo mismoque yo, habréis sido engañada por una falsa apariencia.

—¡Que yo soy la causa de vuestra tristeza!—exclamó la campesina consorpresa—. ¡Imposible, señor intendente!

—¿No me ha hecho en toda ocasión elogios exagerados de la nueva aya?¿No me habéis pintado a vuestra amiga como una mujer buena, atenta yamable? ¿No llegasteis hasta hacerme creer vos misma que estabaagradecida a mi amistad y me tenía algún afecto?

—¿Y no es así, señor?

—Callaos, Catalina; el aya es orgullosa, mal educada y colérica. Alprincipio supo disimular sus defectos; pero ahora apenas si se dignaresponderme. Tiene un humor áspero y sombrío. Casi estoy por creer,cuando reflexiono respecto de su conducta arrogante, que me mira como susirviente. Para protegerla contra la condesa, me expongo de la mañana ala noche a sufrir altercados y disgustos... ¡Y ser recompensado por unfrío desdén! No, no, esto no puede continu

...

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