BIBLIOTECA de LA NACIÓN

OCTAVIO FEUILLET

HISTORIA

DE

UNA PARISIENSE

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TRADUCCIÓN DE D. V. DE M.

imagen no disponible

BUENOS AIRES 1919

Derechos reservados.

Imp. de LA NACIÓN.—Buenos Aires

Capítulos: I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI

I

Sería excesivo pretender que todas las jóvenes casaderas son unosángeles; pero hay ángeles entre las jóvenes casaderas. Esto no es unarareza, y, lo que parece más extraño, es que quizá en París es menosraro que en otra parte. La razón es sencilla. En ese gran invernáculoparisiense, las virtudes y los vicios, lo mismo que los genios, sedesarrollan con una especie de exuberancia y alcanzan el más alto gradode perfección y refinamiento. En ninguna parte del mundo se aspiran másacres venenos ni más suaves perfumes. En ninguna otra parte, tampoco,la mujer, cuando es bella, puede serlo más: ni cuando es buena, puedeser más buena.

Se sabe que la marquesa de Latour-Mesnil, aunque había sido de las másbellas y de las mejores, no por eso había sido feliz con su marido. Noporque fuera un mal hombre, pero le gustaba divertirse, y no se divertíacon su mujer. Por consiguiente, la había abandonado en extremo: ellahabía llorado mucho en secreto, sin que él se hubiese apercibido nipreocupado; después había muerto, dejando a la marquesa la impresión deque era ella quien había quebrado su existencia. Como tenía un almatierna y modesta, fue bastante buena para culparse a sí misma, por lainsuficiencia de sus méritos, y queriendo evitar a su hija un destinosemejante al suyo, puso todo su empeño en hacer de ella una personaeminentemente distinguida, y tan capaz como puede serlo una mujer, demantener el amor en el matrimonio. Esta clase de educaciones exquisitasson en París, como en otras partes, el consuelo de muchas viudas cuyosmaridos viven, sin embargo.

La señorita Juana Berengére de Latour-Mesnil había recibido felizmentede la naturaleza todos los dones que podían favorecer la ambición de unamadre. Su espíritu naturalmente predispuesto y activo, prestosemaravillosamente desde la infancia a recibir el delicado cultivomaternal. Después, maestros selectos y cuidadosamente vigilados,acabaron de iniciarla en las nociones, gustos y conocimientos que hacenel ornato intelectual de una mujer. En cuanto a la educación moral, sumadre fue su único maestro, quien por su solo contacto y la pureza de supropia inspiración, hizo de ella una criatura tan sana como ella misma.

A los méritos que acabamos de indicar, la señorita de Latour-Mesnilhabía tenido el talento de añadir otro, de cuya influencia no es dado ala n

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