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Biblioteca Moderna

MADRID
Administrador, M. Poveda.
Calle de Manuel Fernández y González, núm. 8.
1901
| LA VISTOSA |
| LAS CORONAS |
| DIVORCIO MORAL |
Conocí a Enriqueta, por mal nombre «la Vistosa», cuando estaba enrelaciones con mi amigo Perico, hombre tan celoso que se le antojabanlos dedos huéspedes, lo cual unido a ser la muchacha demasiadocomunicativa me hizo tratarla con exquisita precaución, deseoso de quepor ningún pretexto se me pudiese acusar de un delito que yo era incapazde cometer.
Los negocios para que estábamos asociados, hacían necesario que Pericoy yo nos viésemos a menudo; algunos días iba a comer con él, es decir,con ellos, pues vivía maritalmente en compañía de Enriqueta. Pocasmujeres tan agradables he conocido; sobre todo, tan listas. Pronto sedio cuenta de la extremada prudencia con que yo le dirigía la palabra,de mi empeño en esquivar todo exceso de confianza y del exquisitocuidado que ponía para que nunca nos quedásemos solos. Mortificada sinduda por suponer que en mi excesiva cautela había un fondo de maldisimulado desprecio, procuró desvanecer la prevención de que yo pudieraestar animado contra ella.

Una noche, en que creí encontrarles a ambos la hallé sola: hasta despuésde estar sentado en su gabinete no me dijo que Perico había salido, ycuando quise marcharme añadió entre seria y burlona:
—¡Quiá, amiguito! tenemos que hablar. Aunque ese es un turco y Vd.todo un caballero, lo cual explica que Vd. me hable siempre conindiferencia o sequedad, como me consta que no es Vd. hipócrita niintolerante, sino que tiene Vd. manga ancha y caridad para ciertospecados, no me cabe la menor duda de que cuando Vd. me trata con el...con el desvío, con la antipatía, que me demuestra, es porque tiene de mímuy mala idea.
Quise interrumpirle y no me dejó, siguiendo de este modo:
—Sí; le habrán hablado a usted mucho de mí; me lo figuro. Haymaldicientes de las mujeres honradas, que las calumnian por despecho dedeseos frustrados, hasta por vanagloria, ¿y no los hemos de tener lasque somos... cualquier cosa? Pero yo no quiero que usted tenga malaidea de mí... ¡Cuántas cosas le habrán a Vd contado! ¡Que soyinteresada, codiciosa, egoísta, fría, insensible hasta el punto de quepor mi culpa se suicidara un hombre! Vamos, que casi le puse yo elrevólver en la mano, diciéndole.—«Anda hijo, ¿a que no te matas?» Puesno me remuerde la conciencia. Soy alegre, por oficio, cuando no estoysola; tengo cosas, como dice la gente, porque a falta de consideraciónalgo hay que tener en la vida para no morirse de tristeza. Conque, oigaVd., y júzgueme como quiera.
Se puso muy seria y hablando con una mezcla de lealtad y desvergüenzaque daba pena, siguió diciendo:<